La cuarta pared by Sorj Chalandon

La cuarta pared by Sorj Chalandon

autor:Sorj Chalandon
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788416379002
editor: Entre Ambos
publicado: 2015-01-02T00:00:00+00:00


14

Hemón

Observaba a Marwan. En secreto, de perfil, como siempre que conducía. Pero, esta vez, no temía ni las balas ni las bombas. No circulaba por una carretera mortal ni por una callejuela hostil. Estaba en su casa, como un príncipe druso. Fumaba, sujetando el cigarrillo entre el dedo corazón y el anular. Su mujer estaba presente. Yo no sabía su nombre. Me la presentó diciendo:

—Mi mujer.

Ella iba y venía con pasteles, té y café blanco.

Mi anfitrión había invitado a varios amigos, una decena. Estaban sentados en círculo por el salón, en el sofá, en algunas sillas y en los cojines colocados sobre la alfombra. La mayoría iban vestidos de negro, con un casquete blanco en la cabeza. El islam los consideraba apóstatas. Se negaban a reconocer al Profeta y la sharía. Su religión carecía de liturgia y de lugar de culto.

Marwan me había cedido su sillón. Esperó a que llegaran todos los invitados, abrazándolos uno tras otro en el umbral, y luego se levantó. Habló en árabe. Algunas palabras graves, con los ojos entrecerrados. No hacía preguntas. No esperaba respuesta alguna. Tenía la autoridad de lo que debe decirse.

A continuación, se sentó. Y entró Nakad. Frágil y elegante.

Llevaba unos zaragüelles tradicionales grises, con el culo del pantalón en los muslos, y un fez enrollado con un turbante blanco. Se dirigió al centro del salón. Nos miró asombrado, como si acabara de descubrir nuestra presencia. Se colocó delante de su padre y se inclinó, mientras sus ojos iban de él a mí.

—Hemón —dijo Nakad.

El druso iba a recitar las primeras réplicas de su papel. Agachó la cabeza y luego la levantó. Tosió. Inspiró.

—Ya sabes que te perdoné en cuanto diste el portazo. Tu perfume aún estaba allí y yo ya te había perdonado. ¿A quién le robaste el perfume?

Me levanté de manera brusca.

—A Ismene —contesté.

El joven se sorprendió. Y luego sonrió. Prosiguió:

—¿Y el pintalabios, los polvos y el bonito vestido?

—También.

—¿En honor a quién te arreglaste tanto?

Yo estaba delante de él. Tenía que abrazar a Antígona. Abrazarme, pues. Lo guie. Abrió los brazos y yo me refugié en ellos. Susurros en la sala. Marwan dijo algo en árabe. Nakad se quedó quieto.

—Mi padre les está diciendo que usted interpreta el papel de la mujer.

Le hice un gesto con la cabeza.

—No pienses en eso. Retoma tu texto.

Inspiró.

—¿En honor a quién te arreglaste tanto?

—Te lo diré. ¡Oh, amor mío, qué tonta fui! Toda una noche desperdiciada. Una noche preciosa...

Marwan traducía para sus invitados. Estaba incómodo. Su hijo abrazaba a un hombre, un extranjero, bajo su propio techo.

—Tendremos más noches, Antígona.

—Tal vez no.

Me solté despacio. Nakad permaneció con los brazos abiertos. Y yo aplaudí. Di la vuelta al salón, dando palmadas, mirando uno a uno los invitados de Marwan. Y todos ellos se pusieron en pie. Él, en primer lugar, animando a los demás. Y luego sus compañeros. Y su mujer, que se había quedado detrás de la puerta, y sus hijos, que estaban escondidos. Nakad no recitaba demasiado bien su texto, pero se lo sabía.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.